A pesar de todos los
inconvenientes, la verdad es que en la burbuja se estaba muy bien.
Era fácil de trasladar y como era trasparente, las cosas se
disfrutaban igual. O casi igual. El dolor no llegaba, el frío, las
sensaciones más fuertes. Todo llega amortiguado, licuado, suave.
Todo llegaba desalmado, también. El alma de las cosas era energía
demasiado frenética para llegar. A veces había algo que la hacía
querer romperla. Pero nunca llegaba a abrir un hueco antes de que el
objeto perdiera brillo y viera como los otros sufrían por él. Por
suerte.
Odiaba las flores. Todo
aquello que odiaba, las flores. Belleza sin ninguna utilidad,
adoradas e inservibles, adoradas por delicadas, por superfluas,
morírían pronto. Ningún elemento había en las flores que hubiera
en ella. Todo en ella era demasiado. Esa era su palabra. Demasiado
pesada, demasiado corpórea, demasiado expresiva y charlatana,
demasiado reservada. Demasiado aquí, pesada, notable. Demasiado
allá, quien sabe donde, demasiado fantasma, demasiado alejada de los
demás. Esta acá y todos la notan siempre pero su cabeza está tan
lejos, tan lejos.
La pinchó porque la
estaba ahogando. No fue tan fácil, se miró las manos sangrar. Tan
horrendamente hermosas. Tan hermosamente reales. No sabía que la
realidad se podía sentir tan real. Corrió a mostrarle al mundo lo
horrendo, lo hermoso y lo real todo mezclado, disuelto. Acá afuera
todo estaba mezclado. El dolor y el sol, las risas que le lastimaban
los tímpanos y la hacían llorar. Y entonces escuchó que el negro y
el blanco hacían gris. Todo mezclado. Complejo, decían, ambiguo.
Conceptos. No escribís tan bien. Y era verdad. Descubrió que todo
aquello bueno en ella, podía ser una terrible mierda. Y que todo
aquello bueno que no existía en ella si existía, de alguna forma,
invisible, estaba ahí. Que loco el mundo del revés. Bastaba que
algo saliera de su mundo y fuera a EL Mundo para que se diera vuelta,
girara, cambiara, y volviera siendo el mismo pero diferente.
Con lo fuerte se llora y
con lo suave se ríe. Entonces la violentaron tan sutilmente que la
pobre entendió que tenía que sonreír. No sabía que uno se
desangra siempre de a poco, nunca es repentino y cortante. No
entendía el concepto de tortura. Y sonreía mientras se
desintegraba. Un día se arrancaba un pelo, una uña, una pestaña.
Años creyendo que sentía mal, que su cuerpo y su alma y lo que
fuera aquel ello que sentía por ella, sentía mal. Quería llorar
porque sí, le decían. Sí, lloro porque si, pensaba. Nena mala,
nena mala desagradecida y egoísta. Las nenas buenas se desangran en
silencio. Y eso hizo.
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