-No hagas promesas falsas- le pidió- no me mientas.
-no voy a dejarte nunca- o sus variantes: voy a estar siempre con vos,
nunca me vas a perder, o incluso, el cliché te voy a amar siempre.
Y lloró. Lloró odiándose por llorar, porque el no merecía sus lágrimas.
Y se sintió desdichada y sola y lloró más.
Pensó en ahogar sus penas con alcohol, en decantarlas echas sangre o vómito, en hacerlas gritos, insultos. Pensó mil locuras. Pero la cobardía la detuvo y casi le agradeció. Solo pudo hacerlas lamentos adolescentes y estúpidos.
Y se quedo ahí, hundiéndose en su pozo tan esmeradamente recién cavado.
- no me digas mentiras- le rogó por ella misma- porque voy a creerlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario