Vuela y el mundo se deshace a sus pies. Sueña con las alas agitadas, el corazón inquieto.
Cae con dolor, con miedo, con temor a sufrir. Perdona al dolor, lo ve, lo siente: no es tan horrible en la realidad. Es un pequeño encogido, un mal necesario y escondido, pero su anunciante, el miedo, es implacable y poderoso, más que la muerte misma.
Respira. Corre entre sus mundos y se desliza en el plano real. Se descoloca, se vuelve a armar. Se deja fluir cuando puede, cuando le nace. Se reprime, vive. El alma latente, como una masa madre, como un globo, con el color se expande infinitamente.
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